La Boda
Todo estaba listo. El gran día había llegado y Rosa estaba en la limusina junto a su padre en rumbo hacia la iglesia. No habló en todo el trayecto. De hecho, en las últimas dos semanas se notaba muy callada pero su madre no le prestó mayor importancia. “Debe ser nerviosismo por la fecha que se aproxima.”—Pensó.
Hasta ahora todo había salido bien. No faltaba nada y los ensayos quedaron perfectos. No cabía la menor duda de que Rosa estaba lista para la gran fecha.
“Que hermosa se ve.”— Pensaba su madre—”Es toda una dama.”
La iglesia estaba lista. Todos los adornos estaban en su lugar y estaba casi llena. Ya hacía varios años que no se veía una boda allí. Los hermanos estaban habituados a la rutina de un culto tras otro y de vez en cuando se celebraba una actividad especial en los días de Acción de Gracias, Navidad y uno que otro cumpleaños. La iglesia siempre estaba activa, desde los días que comenzó en una carpa hasta el día de hoy que se ha convertido en todo un mega templo.
Eduardo iba en el carro con sus padres y también iba callado. Solo miraba el camino pensativo. De vez en cuando soltaba algún suspiro.
“Tranquilo hombre, a todos nos llega la hora y ahora te toca a ti”— Le dijo su padre mientras conducía. Eduardo forzó una sonrisa nerviosa. Ya estaban cerca del templo.
Se suponía que éste fuera el día más feliz de su vida pero estaba tan nervioso. Llegaban dudas y se sentía mal. Al fin llegaron a la iglesia y allí estaban los hermanos esperándolo. Unos lo saludaron. Otros bromeaban con él. Entre saludo y saludo se iba sintiendo mejor.
Pasaron cuarenta largos minutos antes de que alguien gritara “¡Ahí viene la novia!”. Todos los invitados comenzaron a sentarse en los bancos. Eduardo comenzó a sudar. Se le aceleró el corazón y el cuello de la camisa comenzó a sentirse apretado.
Rosa salió de la limusina y su padre esperaba frente a la entrada para llevarla al altar. Rosa miró al suelo cuando llegó donde su padre. Él también miró al suelo. Luego miraron hacia el altar. Un tímido beso en el cachete y comenzaron a caminar lentamente para comenzar la ceremonia.
Comenzó la marcha nupcial. Rosa abrazó el brazo de su padre y se dirigieron ceremoniosamente hacia el altar. Allí el pastor, el novio y todo el cortejo estaban esperando. Conforme pasaba, Rosa miraba a los que allí estaban. Caras nuevas y caras viejas que la habían visto crecer en aquella iglesia. Caras de familiares y amigos que la vieron crecer fuera de la iglesia. Entonces miró a su padre. Su cara le parecía nueva. Era una cara nueva y extraña. Sintió rencor pero también remordimiento.
¿Quién entrega a esta joven?—Comenzó a decir el pastor.
Yo lo hago— contestó el hermano Andrés.
Rosa pasó al frente a pararse al lado de su novio. Comenzó la ceremonia.
El pastor se aclaró la garganta—Estamos aquí reunidos para ver la unión en santo matrimonio de Eduardo Vega Cortéz y de Rosa Inés Gonzalez Dávila. El matrimonio fue la primera institución formada por Dios. Esto lo podemos ver en el relato del libro de Génesis cuando dice: ‘No es bueno para el hombre que esté solo’...
El pastor continuó diciendo el sermón de la ceremonia pero Rosa no podía concentrarse en sus palabras. La voz del pastor se oía cada vez más lejana.
Ella comenzó a recordar aquel día dos semanas atrás…
Eduardo se encontraba bien contento con los planes de boda. La llamó para verse con ella en su lugar favorito. Comenzaron a hablar un rato. Se dijeron cosas lindas. Un beso aquí y otro por allá. Cada beso duraba un poco más. Cada beso se sentía más intenso. Luego los besos comenzaron a moverse hacia el cuello. El corazón le saltó y sintió un fuego por dentro. Los besos incluyeron abrazos. Luego apretones. Ya aquel calor era un incendio. Se fueron al carro de él y allí continuaron con más besos, caricias, el fuego seguía creciendo.
Eduardo encendió el carro. Guiaron un rato hablando y sabiendo a donde iban a ir. Ella estaba lista. No iba a esperar a la boda. Después de un largo trayecto por las sinuosas carreteras de campo vieron la entrada del motel La Montaña.
Entraron a la cabaña. Bajó la cortina metálica y se bajaron del carro.
El corazón le corría al ver a Eduardo. Comenzaron a besarse pero esta vez más fogosamente. Con cada beso se iba un botón de la blusa. Cada respiración era como un fuelle avivando un fuego. Luego él le quitó el brassiere. Sentir el beso en su seno por primera vez le dió la sensación de electricidad que le corrió desde el estómago en todas partes y se concentraba…ahí. La respiración se aceleraba con cada beso. Ambos vírgenes sabían que hacer pero la expectativa de cómo se iban a sentir los tenía en un frenesí salvaje.
Besos, abrazos, caricias, apretones. Finalmente se sentaron en la cama. Ella sin ropa y él también. Se miraron y comenzaron a besarse nuevamente. Sin saber cómo ya el estaba al lado de ella, luego sobre ella, luego dentro de ella. La mezcla de dolor y placer que solo sentiría una vez en su vida significaba que ya había cruzado un umbral.
Luego de entregar su virginidad y varios episodios mas ambos estaban cansados. Apenas sentían la fuerza para levantarse y salir. ¿Cuánto tiempo había pasado? Ella se sentía avergonzada. Mientras se vestía la conciencia comenzó a hacer su trabajo. Salieron de la cabaña al carro y mientras salían por el camino hacia la carretera no se miraban, no se hablaban.
Andrés nunca olvidará ese día…
Iba guiando y giro a la izquierda tomando la entrada cuando por el otro carril de salida vio el carro de Eduardo. Se le subió la sangre a la cabeza. estaba roja como tomate Cuando vio a su hija allí y no se pudo contener.
“ROSA”—gritó.
Eduardo no sabía que hacer. Detuvo su carro y miró a su futuro suegro. Rosa estaba de color rojo. Su cara de vergüenza se transformó en una cara de asombro al ver a la pasajera que iba junto a su padre...
Allí estaban los carros detenidos. Eduardo y Rosa en su carro, Andres y su acompañante en el suyo. El tiempo se detuvo por varios segundos en la entrada del motel. El cruce de miradas cargó la atmósfera de un aire pesado lleno de decepción, vergüenza y sorpresa.
Nadie dijo nada. Eduardo soltó el freno y se alejó lentamente. Siguió guiando de camino a casa de Rosa. El silencio ahora en el vehículo era más fuerte. Pasaron del éxtasis a la vergüenza, a la decepción. La dejó en su casa con un tímido beso parecido al que se dieron cuando se saludaron por primera vez. Ella entró sin decir nada. El siguió para su casa.
Esa noche había culto en la iglesia. Rosa comenzó a prepararse.
“Tu papá va a llegar tarde hoy”—Le dijo su mamá.—”Le faltan unos trabajos por terminar. Nos vamos en mi carro a la iglesia.”
Rosa asintió y se metió a su cuarto con un nudo en la garganta. Las lágrimas comenzaron a bajar tibias por el rostro. Lloró sin sollozar para no que nadie la escuchara y fuera a preguntarle.
Ese día Andres no pudo entrar al motel con su “amiga”. Luego de ver a Eduardo y su hija saliendo esperó un rato y viró en “U”. Luego de dejar a su amante regresó a su casa llorando de camino. No podía quitar de su mente la imagen de su hija saliendo de ese motel. No podía olvidar su cara de asombro con disgusto.
Eduardo no quería ir a la iglesia esa noche pero no podía faltar. Le tocaba parte en el culto de jóvenes. Cuando llegó a la iglesia se arrodilló a orar pero no pudo, solo veía en su mente la imagen del hermano Andres gritando desde su carro. Le pidió a otro joven que tomara la parte por él. Miró a Rosa que estaba sentada tres bancos delante de él. Ella miraba fijamente al altar sin voltear la cabeza.
Rosa solo miró una vez hacia el área donde se sentaban los caballeros. No estaba su papá allí. Miró luego donde se sentaba la mamá de Eduardo. Ella le sonrió.
Al terminar el culto se encontraron afuera. Conversaron un poco para aparentar normalidad pero no se atrevían a mirarse mucho.
Esa noche al llegar a casa Rosa saludó a su papá con “Bendición”. Andrés no despegó los ojos del periódico que no estaba leyendo y dijo, “Dios te bendiga”. Desde ese día serían pocas y contadas las veces en las que se hablarían…
“Eduardo Vega.”—continuó diciendo el pastor—”Aceptas a Rosa Inés González como tu legítima esposa para amarla y respetarla, para serle fiel, cuidar de ella, y honrarla? ¿Prometes serle fiel en riqueza o en pobreza, salud o enfermedad, en las buenas y en las malas hasta que la muerte los separe?”
—Si acepto
El pastor se dirigió a Rosa con las mismas palabras a las cuales ella respondió “Si acepto”. Procedieron al intercambio de prendas, los votos y cada uno cantó una canción dedicada al otro.
Al final el pastor dijo — “Ante Dios y ante los hombres yo los declaro marido y mujer. Pueden besarse.”
Después del beso, Rosa bajó del altar junto a Eduardo y comenzaron a marchar hacia afuera de la iglesia. La madre de Rosa estaba llorando junto a otras hermanas y familiares. No pudo mirarla porque las lágrimas no le permitían conectar la mirada. Pero al mirar a Andres lo miró con una mirada de compasión, vergüenza y complicidad que se tradujo en una sonrisa forzada. Él le devolvió la sonrisa. Rosa estaba feliz ese día por haber comenzado su matrimonio y haber salvado el de sus padres.
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