Don Cancio hace de todo
Encima de mi gavetero tengo una cajita negra con tres piedras blancas. Es uno de los pocos recuerdos que tengo de mi niñez. Junto a eso tengo un paquete de fotos. Tenía también juguetes. Las fotos se han vuelto pálidas y el último juguete lo regalé cuando entré a la universidad pero mi cajita de piedras siempre la he conservado. Es un recuerdo de Don Cancio.
La primera vez que conocí a Don Cancio fue cuando yo tenía alrededor de nueve años. Don Cancio, era el viejo más querido y respetado en el barrio. Se lo veía caminando por ahí con su sombrero marrón. En las manos cargaba alguna herramienta o un saco con algo, nunca las tenía vacías. Siempre estaba buscando algo que hacer. Cuando no estaba en el patio de su casa sembrando algo o cuidando sus plantas estaba en el patio de algún vecino limpiándolo y arreglándolo. Aquel señor no podía estar sin hacer nada. Don Cancio sabía hacer trabajos de electricidad, mecánica, pintaba casas y reparaba artefactos electrónicos. Don Cancio hacía de todo.
Una vez, cuando yo tenía doce años, don Cancio estaba en mi casa arreglando un lavamanos. Luego que terminó, mami le ofreció un café. Don Cancio se sentó en la sala a tomar el café. Solo aceptaba café como pago. Don Cancio no le cobraba a nadie sus trabajos. Mami se sentó de frente a Don Cancio en la butaca con una taza de café en su mano.
—Don Cancio, ¿donde usted aprendió a hacer tantas cosas--Le preguntó mami.
—Todo lo que sé lo aprendí cuando era pastor en la iglesia pentecostal.
Don Cancio se tomó un sorbo.
—¿Usted fue pastor?
—Si señora. Durante veinticinco años fui pastor.
Así que Don Cancio además de plomero, electricista, jardinero, albañil también fue pastor. Aquel señor era lo que decíamos en ese entonces un “all around”.
—Pero, ¿qué pasó? O sea, ¿porqué ya no es pastor?
—MIja, si te cuento toda la historia estaría aquí toda la tarde. Pero por ahora te puedo decir que prácticamente me hicieron renunciar. Según ellos yo estaba muy viejo. Estaba “perdiendo fuerza”.
Mami se echó a reir.—Deberían venir aquí a verlo. ¿Quiere más café?
Los ojos de Don Cancio se abrieron un poco más de lo usual.
—¿Café? No puedo decir que no. Me tomo otra taza con gusto.
Mami salió a preparar el café. Yo me quedé en la sala con Don Cancio que se enderezó en la silla me miró y me dijo —“Algún día tu vas a usar gabán y corbata y tendrás una Biblia en tu mano.”
Me quedé en silencio sin saber que decir.
Entonces Don Cancio me dijo—Sal afuera y busca tres piedras negras y tráelas.
Me estuvo raro eso pero fui al patio y busqué las tres piedras. Cuando regresé a la sala mami estaba sentada en la butaca de frente a donde estaba el pastor que ya estaba disfrutando su café. Le daba un olor al vapor que subía de la taza antes de cada sorbo.
—¿Conseguiste las piedras?
Asentí.
—Ahora ve al fregadero y lávalas con agua.
Para mi todo aquello era raro pero, pues, fui y lavé las piedras con agua en el fregadero. Y se las llevé.
Don Cancio tomó las piedras en su mano derecha, me miró y dijo—Lo que te voy a enseñar hoy espero que lo puedas comprender y llevarlo a cabo. Te va a ayudar mucho.
Entonces tomó una piedra y se la echó a la boca. Mami me miró raro y yo la miré a ella también y miramos a Don Cancio que empezó a hacer muecas. Estaba chupando la piedra como si fuera un dulce. Entonces sacó la piedra de la boca y la puso en la mesa. Estaba blanca.
Mami se llevó una mano al pecho y suspiró de asombro. —¡Jesús santo! ¿Que es eso?
Yo abrí los ojos enormes y tenía la boca abierta. ¿Qué era aquello? Mientras estábamos estupefactos Don Cancio repitió la misma hazaña con las otras dos piedras negras. Se las metió a la boca y salieron blancas.
Yo seguí en asombro cuando Don Cancio me miró y me dijo —Mucha gente te va a dar piedras negras. Devuélvele piedras blancas.
Yo no sabía qué decir. Don Cancio se puso de pie, se puso el sombrero y se despidió dándole las gracias a mami por el café. Nos miró a ambos y nos dijo—”Dios les bendiga”.
Caminó hasta la parte del frente de casa con su paso lento e hizo un gesto de despedida con la mano.
Regresé a la sala a mirar las piedras blancas.
En el campo donde me crié no había iglesias de ningún tipo. Si alguien quería ir a una iglesia tenía que ir al pueblo y el pueblo quedaba lejos así que Don Cancio era algo así como el pastor de la comunidad. Entre un trabajo y otro siempre decía algo de la Biblia.
Un día mami decidió ir a la casa de Don CAancio a visitarlo y me llevó con ella. Cuando llegamos allá en la entrada estaba Doña Moncita, la esposa de Don Cancio. Nos saludó y nos invitó a pasar. Nos sentamos en el balcón en las sillas que tenía mirando hacia el camino del frente. Ella se sentó en un sillón mecedor.
—Esperen un momento que Don Cancio está recogiendo unas cosas en el patio. Viene ya mismo.
En eso Don Cancio llegaba del patio con su camisa crema manchada de tierra. Tenía un sombrero de paja.
—Hola Zulma. Que sorpresa. Dios te bendiga.
—Amén Don Cancio. ¿Cómo está usted?
—Gracias al de arriba yo estoy ¡como coco!
—Como coco rancio—Dijo Doña Moncita riéndose.
Todos comenzaron a reirse.
—¿Café?—Preguntó Doña Moncita.
Don Cancio y mami asintieron.
—¿Bueno y que la trajo por aquí Zulma?
—Pues Don Cancio. A mi me llamó la atención que los otros días cuando usted me dijo que fue pastor me quedé pensando porque yo antes iba a la iglesia. ¿Por qué ya no es pastor?
Don Cancio miró hacia la puerta pensativo. Se acomodó en la silla y dio un suspiro.
—Bien. Empezaré por decir que yo me convertí al Señor a la edad de dieciséis años. Fue en Ponce, el pueblo donde nací y me crié. Desde los dieciséis hasta las veinte años estuve en la misma iglesia. La iglesia pentecostal. Eso fue hasta el día que conocí a Moncita. Eso fue amor a primera vista. Esa muchacha me tenía loco. Me enamoré tanto que empecé a faltar a mi iglesia para ir a la de ella y al final allí me quedé. Fuimos novios por dos años y después nos casamos. Para esa época ella tenía diecinueve años y yo veintidós.”
—Al año de estar casados nos nació nuestro primer hijo pero lamentablemente se nos murió a los pocos días de nacido. Eso fue muy fuerte para nosotros pero gracias a Dios que nos dio fuerzas pudimos reponernos. Al tiempo ella volvió a quedar embarazada y nos nació Carmen. Al año siguiente sentí el llamado de Dios y comencé a preparame para ser pastor. Mi ministerio comenzó en la misma iglesia en donde asistía pues el pastor que allí estaba fue transferido a otro lugar y me dejaron a mi pastoreando.
En eso Doña Moncita llegó con los cafés y se sentó luego de repartirlos. A mi me dieron un jugo.
Don Cancio se dio un sorbo y siguió hablando—Desde el primer momento en que tomé el púlpito me encantó. Los hermanos me querían muchísimo y durante los diez años que allí estuve, la iglesia creció y también mi familia pues nos nacieron dos hijos más, Raúl y Angel. A los diez años me movieron a otra iglesia en el pueblo de Guayama. Fue un momento doloroso. Los hermanos no querían que me fuera pero era una orden del concilio y yo tenía que obedecer porque la Biblia enseña que hay que someterse.
Don Cancio se puso de pie y siguió hablando mientras daba cortos pasos.—Al llegar a la iglesia en Guayama lo que vi allí daba pena. La congregación estaba desanimada porque su pastor había sido removido. Su testimonio se había dañado. Según me contaron fue que una hermana de la iglesia se enamoró de él y él correspondió. Ella era casada, el soltero. El esposo de ella los descubrió un día que llegó de sorpresa a la casa. Dicen que el pastor solo estaba sentado en la sala hablando con ella pero de todos modos el esposo lo cogió por la solapa del gabán y lo tiró afuera. Por alguna razón el pastor se le olvidó aquello de dar la otra mejilla y le respondió al hombre y se formó una pelea que tuvo que ser separada por los vecinos. Los dos terminaron detenidos por la policía.
Don Cancio se detuvo en el relato y nos miro.
—¿Les parece interesante el chisme?
Mami frunció la frente y Doña Monita se rió.
—Ese era el problema de aquella iglesia. Por curiosidad me dio con investigar más allá y encontré al pastor para ver su versión de los hechos. Según me cuenta lo que pasó en realidad fue que la hermana lo había llamado a su casa porque necesitaba un consejo. Lo que había pasado fue que el esposo de ella, que era un diácono, se había apartado y estaba dando “señales”.
—¿Señales?—Pregunto mami.
—Señales…Llegaba más tarde a la casa, ya no la trataba como antes, de momento empezó a faltar dinero sin explicación. La gota que colmó la copa fue el día que encontró un papel con un número de teléfono de una tal “Marta”. Ella llamó y decidió ver quién contestaba y confirmó lo que sospechaba. Ella desesperada se echó a llorar y llamó al pastor. El pastor fue solo. ¡Grave error! No había ningún romance ni nada pero lo que se vió fue otra cosa. Cuando el esposo llegó...ya saben la historia.
Se dio otro sorbo de café.
—Por esas cosas de la vida el primer mensaje que prediqué en aquella iglesia fue sobre el pecado de la lengua. Esto fue antes de enterarme de la historia. Yo no sabía porque estaba predicando aquello y para los hermanos les cayó como bomba el mensaje. Me dicen que al principio yo no caía bien allí. Estuve cinco años en aquella iglesia y la vi crecer espiritualmente. La hermana que tuvo el problema con el pastor anterior y su esposo se reconciliaron y regresaron a la iglesia.
Don Cancio se dió un sorbo de café y dió un suspiro.
—Fui transferido a otra iglesia. Y ¿sabén qué? Volvieron a instaurar al pastor que habían sacado.—Don Cancio se rió.
Mami se rió un poco.
Don Cancio continuó—La iglesia a la que me enviaron fue la que pastoreé hasta que me jubilaron.
Mi mamá lo interrumpió—¿Don Cancio cual era el nombre de la iglesia?
—Se conoce como la Iglesia Pentecostal Movimiento Internacional pero para acortarlo le dice “la iglesia M.I.” Todas las iglesias en ese concilio tienen el mismo nombre y para diferenciarlas se les conoce con el nombre del lugar donde están. Así que se tiene la “MI de Guayama”, la “MI de Caguas” y así por el estilo.
—Como les iba contando de la iglesia de Guayama fui transferido a la iglesia M.I. del pueblo de Las Piedras. Aquella era una congregación enorme. Era un templo grande con un gran estacionamiento. Muchos de los que allí se congregaban eran profesionales como maestros y secretarias. El pastor que tenían había presentado su carta de renuncia y se iba para los Estados Unidos. La iglesia se veía bien por fuera y por dentro. La congregación no era problemática. Desde el primer día me fue de maravilla. Allí fue donde Carmen conoció a Miguel, un joven bien dedicado y estudioso. Era el tipo de hombre que yo quería para mi hija. Se hizo novio de Carmen y yo lo vi con buenos ojos pero, se quisieron demasiado y se escaparon. Una muchacha de quince y un muchacho de diecisiete. Los buscamos por días con familiares y la policía. Resulta que se habían ido a vivir a un cuarto alquilado en Cayey. Allí fuimos los padres de Miguel y nosotros. Yo tenía el corazón partido. Carmen era la nena de la casa.
Doña Moncita miró al suelo con mirada triste y luego se dió un sorbo de café.
—Cuando llegamos al lugar los llamamos y no salían. Al final Miguel abrió la puerta y yo entré primero al apartamento. Carmen y él estaban nerviosos. Solo pude decir “Te quiero mucho Carmen”. Ella comenzó a llorar y yo la abracé llorando también. Luego entró Moncita y los papás de Miguel. Ella y Carmen se abrazaron y lloraron. Abracé a Miguel. No me molesté en preguntarles porque lo hicieron, les pregunté si pensaban casarse y me contestaron que sí. Un amigo pastor los casó esa semana en una ceremonia sencilla y privada de la familia.
–En aquella iglesia habían muchas historias para contar, muchas. Si les cuento estaríamos toda la tarde, la noche y haríamos una vigilia. Allí casé a varias parejas. Vi nacer niños y los vi crecer. Vi hermanos irse con el Señor.
Don Cancio se dio otro sorbo.
—Mientras Miguel y Carmen hacían su vida yo continuaba en la iglesia pastoreando. Aquella congregación me dio su apoyo durante aquellos momentos difíciles. Era una congregación madura. Se ayudaban unos a otros. Con el tiempo Carmen y Miguel tuvieron a mi primer nieto, Miguelito. Le cogí un gran cariño a aquella congregación y ellos a mi pero llegó el momento que no quería que llegara. Me mandaron a transferir. La noticia no fue bien recibida por la congregación que llegó incluso a cuestionar a los líderes del concilio en ese momento.
—A mi ya me tenía cansado el movimiento de un lado a otro y me reuní con el presidente del concilio. Le pregunté porqué me querían mover otra vez. La respuesta fue la de siempre, me necesitaban en otra parte y que la congregación a la que iba a ir necesitaba un pastor como yo. Le expliqué que ya yo había pasado por tres congregaciones y no se me hacía fácil estar mudándome así porque sí. El presidente me miró y me dijo que si no me gustaba podía renunciar, así sin más ni más. Dijo que de todos modos yo ya estaba viejo y ya se acercaba el tiempo de jubilarme. Eso me dolió. Le recordé que en la Biblia, Moisés estuvo dirigiendo al pueblo de Israel hasta los 120 años y lo hizo hasta el final, hasta el último día de su vida. Yo tenía entonces sesenta años…
La voz se le empezó a entre cortar como cuando se le forma a un un nudo en la garganta. Se dió un sorbo de café.
—Presenté la carta de renuncia varios días después. Aquella congregación me quería tanto que me compraron esta casa y un carro para despedirme.
Don Cancio tenía los ojos aguados. Sacó un pañuelo y se los secó.
—Al tiempo me enteré que a quién pusieron de pastor fue al hijo del presidente del concilio. Aquello fue un golpe para la iglesia. Mucha gente empezó a irse para otras iglesias y algunos hasta se descarriaron. A veces visito la iglesia ocasionalmente pero no quedan muchos de la congregación original.
Don Cancio murió a los 88 años.
Don Cancio siguió haciendo cosas en el barrio. A veces me llevaba a ayudarlo y aprendi un poco de carpintería, plomería, electricidad. Don Cancio fue como un abuelo para mi.
Don Cancio seguía haciendo de todo por todos. Me vio crecer. Muchas veces me daba consejos. Durante mi adolescencia comencé a visitar una iglesia y con el tiempo crecí y conocí a una muchacha con la que me casé.
Por esas cosas de la vida Dios me llamó y me convertí en pastor. Muchas de las lecciones de Don Cancio las he aplicado en la vida.
Todavía tengo las tres piedras blancas de Don Cancio en una cajita y muchas de las historias que me contó que me han ayudado en mi pastorado.
Comments
Post a Comment