El reencuentro

 —¿Como estás? 


—Bien— Le contestó ella. 


—Me dicen que te casaste—Esto lo dijo con cierto aire de tristeza. 


—Es cierto, no podía esperar por tí toda la vida


—Pero yo lo hice.


—Entiéndelo, me vi sola y tú solo me escribías, yo necesitaba compañía. 


—¿Y tu crees que a mi no me pasaba lo mismo? 


—Me lo imaginaba.


—Me dicen que ahora estás en la religión. 


— Si, soy pentecostal, me convertí hace dos años y ahí fue donde conocí a mi esposo.


En su voz se notaba un cierto aire de alegría con lucha interior, una alegría forzada. Detrás de su calmado rostro, dentro, muy profundo había una batalla de sentimientos. Recuerdos de tiempos pasados.


—Y dime una cosa, ¿se quieren mucho? 


—Si.


—¿Sabes que nunca va a ser igual que lo nuestro verdad? 


—Eso jamás, es imposible. Por favor no lo vuelvas a mencionar. 


Su pierna izquierda comenzó a adquirir un tic nervioso que hacía tiempo no se veía. 


—Claro que no, es muy diferente.

 

—Muy diferente.--Esto lo dijo alargando la “u” del “muy”.

 

—Y dime. ¿Ya tienen hijos? 


—Aún no. Pero todavía es muy pronto. Aún no tenemos un año de casados. 


—Mmmm, ya veo. 


Entonces ella le preguntó—¿Y qué estás haciendo? 


—Bueno, terminé mis estudios e hice mi concentración en medicina pediátrica cuando tengas hijos ya sabes a donde los puedes llevar. 


Ella se rió.—Claro, claro. 


—Me tengo que ir. Espero volver a verte. —Le dijo ella. 


Ella le contestó. —Trataré.


Pero estaba mintiendo. La verdad era que no se verían más mientras ella pudiera evitarlo. 


Y llegó el momento. Se dieron un beso en la mejilla. Se sonrojaron. Se dieron un corto abrazo y se miraron. Se les aguaron los ojos cuando ambas recordaron lo que fue un periodo muy lindo en su vida pero que era pecado. Ambas se levantaron de la mesa. Cada una se fue por su lado. Ahora serían amigas y nadie nunca se enteraría de su secreto. 




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