El Cojo y la Hermosa
Sonó el despertador. Otro día más en la vida de Pedro y Rocío. El se movió con dificultad y se bajó por su lado de la cama.
Miró sus pies torcidos. La polio que lo atacó de niño le causó el mayor susto de la vida a sus padres y a él lo dejó con los pies torcidos y la necesidad de tener que usar muletas el resto de su vida.
“Gracias Señor. Al menos puedo caminar”—pensó.
Se puso de pie y miró a Rocío que estaba acostada mirándolo y con una sonrisa y esperando que la ayudara a levantarse. Le dió un beso suave en la frente y luego caminó dando la vuelta a la cama bamboleándose de lado a lado con su paso torcido y torpe y llegó hasta ella. Le dio otro beso, acercó la silla de ruedas, movió sus piernas hasta la orilla de la cama, la ayudó a sentarse, puso la silla en posición, hizo un gran esfuerzo para arrastrarla hasta la silla y finalmente la ayudó a sentarse.
Pedro se sentó a su lado y le puso su Biblia en las piernas. Ambos comenzaron a orar. Luego leyeron un capítulo de la Biblia juntos.
Todos los días después de orar y leer la Biblia Rocío iba primero a bañarse, lavarse los dientes y vestirse. Ella era la que preparaba el desayuno mientras Pedro se bañaba.
Otra oración en la mesa dando gracias a Dios por el desayuno. Luego los dos se montaban en su minivan especialmente equipada y se iban al trabajo.
Sus días de trabajo pasaban regularmente. Ambos eran oficinistas en el municipio. Los acomodos para que pudieran hacer sus tareas les permitían ganarse el pan. Luego de su trabajo salían a su casa a ver televisión o leer. Sus días más entretenidos eran en la iglesia.
Pedro y Rocío eran los hermanos más fieles de la Iglesia Pentecostal Arca Celestial. Pedro creció en esa iglesia. Su mamá lo llevaba desde que estaba en brazos. Ahí pasó su niñez cuando le dió la polio. Allí pasó su adolescencia y fue en una campaña de Yiye Ávila que patrocinó la iglesia que conoció a Rocío. La iglesia para él representaba una fuente de tranquilidad. Ahí no le decían “el cojo” ni se reían de él como pasaba en la escuela. Toda la iglesia lo quería.
Pedro nunca olvidará esa noche en el parque Idelfonso Solá de Caguas. El viaje en la guagua era de expectativa. Iban cantando coros y hablando de los milagros que habían leído en la revista de Yiye, La Fe en Marcha. Todos querían ver a Yiye predicar pero mayormente esperaban el momento de la oración. Pedro esperaba ese momento más que todos. No era la primera vez que iba. Al llegar lo ayudaron a bajarse y le dieron sus bastones de antebrazo para moverse mejor. Al bajarse sintió el olor de las frituras en la entrada. Campaña no es campaña sin los quioscos protemplo.
Debido a su condición, a él le tocaba sentarse en la parte más cerca de la tarima dónde estaría predicando Yiye, en el área de pitcheo del parque. Allí vio otras personas con muletas y sillas de ruedas también. Miró hacia atrás en las gradas y estaba lleno, más lleno que en día de juego. Allí fue la primera vez que vio a Rocío. Mientras miraba alrededor esa muchacha le llamó la atención. Estaba en el grupo de sillas a su lado derecho en la parte del frente.
Aquella muchacha en silla de ruedas con el pelo más lacio que haya visto fue lo más lindo que él hubiera visto. El devocional estuvo a cargo de varios grupos musicales y una presentación de las Hermanas Castro. Pedro cantaba y entre coro y coro miraba a aquella muchacha en la silla de ruedas que se veía tan entusiasmada como él. Sus amigas estaban cantando y entre coro y coro se reían mientras hablaban. Llegó el momento de recoger la ofrenda. Se hizo la oración y se pasaron los gazofilacios. Ya estaba cerca el momento de la predicación de Yiye que estuvo arrodillado orando desde que llegó hasta que lo presentaron.
Es muy poco lo que Pedro recuerda de aquella campaña. El solo tenía ojos para Rocío esa noche. En un momento ella miró alrededor y vió aquel muchacho con muletas de antebrazo y luego siguió mirando para otras partes. Pedro había esquivado su mirada en ese momento. Pero en otra mirada que ella dió sus miradas se entrelazaron brevemente. El sintió un salto en el corazón. Ella también pero volvió a mirar al frente sonriendo mientras giraba su cabeza. Yiye iba a comenzar a predicar.
“Que Dios bendiga a su pueblo.”— Comenzó Yiye su predicación. El mensaje fue sobre el Libro de Romanos pero Pedro no recuerda bien de que capítulo. Él estaba atendiendo a Yiye pero miraba a Rocío. Rocío también estaba atendiendo a Yiye pero de vez en cuando miraba hacía donde estaba el muchacho con las muletas. Una que otra vez se cruzaban las miradas. Una de las amigas tocaba a Rocío y se reía mientras miraba a Pedro. El mensaje de Yiye transcurría entre aménes, aleluyas y gloria a Dios.
Finalmente llegó la hora que todos estaban esperando. Yiye hizo el llamado para que todo aquel que estuviera enfermo pasara al frente de la tarima para orar.
Yiye agarró el micrófono con más fuerzas. —”Todo aquel que quiera ser sanado pase que vamos a orar. Ponga su fe en marcha.”
Pasó un grupo considerable de personas. Entre ellos estaban Pedro y Rocío que fue llevada en su silla por una de sus amigas. Pedro se acercó como pudo con sus muletas. No pudo estar cerca de la tarima. Rocío estaba entre medio del grupo que pasó. En las gradas la gente se puso de pie y extendían sus manos hacia la tarima dónde estaba Yiye. Comenzó la oración…
“...y por sus llagas, FUISTES SANADO.” — Yiye terminó la oración.
Se sintió algo como una ola de viento que arropó a todo el mundo. En las gradas algunas personas comenzaron a saltar, danzar y hablar lenguas. Entre los que estaban frente recibiendo la oración algunos lloraban.
“AY SAMAYA SOJA…”—Dijo Yiye.
Algunas de las personas enfermas comenzaron a saltar. Un hombre en muletas al frente de la tarima las tiró y comenzó a correr. Pedro sentía un ardor en el pecho. Sentía un corrientazo pero solo temblaba. Se miró los pies esperando a ver si pasaba algo. Seguían igual de virados. Él quería saltar y correr como el hombre de las muletas pero no podía. Sus pies seguían igual. Comenzó a decir “Aleluya, Gloría a Dios”. Cerraba sus ojos y alababa. A su lado una persona cayó en bendición y comenzó a danzar y hablar lenguas. El polvo del parque comenzó a levantarse de tanta gente que estaba saltando y danzando. Uno daba vueltas en el mismo lugar, otra muchacha comenzó a saltar tan alto que no parecía humanamente posible. Entonces un hombre que estaba en una silla de ruedas se levantó y comenzó a dar pasos torpes pero estaba de pie. A su lado una mujer comenzó a llorar y se cayó al piso arrodillada. Toda la bendición duró unos cinco minutos, cinco minutos de la shekinah de Dios.
Pedro no sintió nada en sus pies. No ocurrió milagro. Pero no era la primera vez que iba a un culto de sanidad y él no era sanado. Regresó a su silla y miró hacia el área donde estaba aquella muchacha en la silla de ruedas. Regresó con sus amigas pero ya no se estaba riendo. Sus amigas tampoco. Se notaba en ellas un ambiente de consternación mientras veían y escuchaban a las personas que fueron sanadas testificar en la tarima donde estaba Yiye.
Mucha gente se convirtió esa noche. Al final comenzaron a salir y Pedro se fijó en aquella muchacha en la silla de ruedas que ya no sonreía y se veía muy triste. Era obvio que estaba aguantando las lágrimas. Pedro tenía que ir a donde estaba la guagua de la iglesia pero decidió seguir a esas muchachas. Llevaban a Rocío lentamente pero viraron en una parte y se metieron en un área donde casi no había gente. Pedro siguió caminando y al doblar la esquina vio a aquella muchacha en la silla de ruedas llorar amargamente. Lloraba con un llanto tan pesado y lastimero que a él se le formó un nudo en la garganta y se le aguaron los ojos. Sus amigas trataban de consolarla. Le pasaban la mano pero ella seguía allí con la cara entre sus manos sollozando y bebiéndose las lágrimas a litros.
Pedro decidió dar unos pasos y una de las muchachas escuchó el sonido de las muletas cuando tocaban el suelo y se viró. Lo vió y le hizo señas para que se fuera pero Pedro no quería irse. El no sentía que debía irse. Pedro quería hablar con aquella muchacha llorando en la silla. Se acercó un poco más. La muchacha que le dijo que se fuera se quedó un poco sorprendida y la otra la vio y se giró y vio a Pedro. Lo miraron de arriba abajo. Un muchacho flaco y elegante pero con los pies virados y usaba muletas de antebrazo.
Pedro se acercó poco a poco con cada muleta asistiendo sus pasos y se paró frente a Roció que parecía no haberse dado cuenta que sus amigas ya no la estaban abrazando y que había alguien frente a ella.
—Yo tampoco fui sanado. — Pedro dijo esto con la voz un poco temblorosa. El hubiera querido decir “Hola soy Pedro”.
Rocío seguía llorando y al parecer no se había dado cuenta de que alguien le estaba hablando.
Pedro continuó. — He estado en muchas campañas de Yiye y otros predicadores. Siempre voy con la esperanza de que Dios me sane y se me enderecen los pies y pueda volver a caminar normal como antes.
En ese momento Rocío comenzó a mirar. Vio los pies virados, las muletas a cada lado. Una pierna estaba un poco virada en relación con la otra. Siguió subiendo la vista y vio las manos agarrando el mango de las muletas de antebrazo. Vió los brazos que se veían más fuertes que las piernas y finalmente entre lágrimas vio el rostro de aquel muchacho.
— He ido a muchos cultos y se han hecho muchas oraciones por mi pero sigo cojo y con los pies virados. Pero recuerdo uno de mis mensajes favoritos hace años atrás que tenía que ver con un milagro el del “paralítico de Betesda…”
Pedro seguía hablando mirando hacia ella.
Finalmente ella fijó en él sus ojos.
— Aquel hombre estaba peor que yo. Yo al menos puedo usar muletas y moverme poco a poco pero a aquel lo tenían que ayudar. Aquel hombre estaba peor que yo porque yo al menos puedo pasar al frente para recibir oración y esperar un milagro. Aquel hombre no tenía quien lo llevara y cuando llegaba al agua para ser sanado ya era muy tarde y veía a otros ser sanados y él seguía allí, cojo. De seguro lo tenían que ayudar a regresar de nuevo. Aquel cojo vio más gente ser sanada que la que yo he visto en mis 19 años. Ese hombre estuvo 38 años esperando un milagro, el doble de años que yo llevo vivo. Yo no he vivido tanto como ese hombre y no siento que deba perder la esperanza de algún día ver mi milagro. He ido a varias campañas de Yiye y sigo con mis muletas y con mi fe.
Roció había dejado de sollozar y sus amigas estaban a su lado escuchando a aquel muchacho cojo predicando luego de un culto de milagros.
Pedro continuó. — Cada vez que siento ganas de rendirme o me pongo triste recuerdo al paralítico de Betesda, el hombre que más esperó por un milagro. Hay otro hombre que se parece mucho a mí, el cojo de la Hermosa. Otro caso de un hombre que estuvo mucho tiempo esperando un milagro y no lo recibió de Jesús sino a través de la oración de Pedro. ¿Cuántas veces no habría escuchado de los milagros que había hecho un tal Jesús y él no podía llegar a donde él estaba porque tenía los pies virados así como los tengo yo. Debió haberse sentido desanimado cuando oyó de la muerte de Jesús. Su esperanza de un milagro se había ido. Pero llegó Pedro a donde él estaba y recibió el milagro que tanto esperaba de quién menos esperaba.
Roció ya se había secado las lágrimas y estaba escuchando atentamente a Pedro.
— Entiendo como te sientes. Yo también he llorado a veces viendo otros recibir milagros y yo no. Es fuerte y a veces pienso que es injusto pero tal vez no es el momento de recibirlo. Todavía no tengo 38 años y aunque me llamo Pedro como el apóstol que sanó al cojo, no tengo ese don de orar por los enfermos y que se sanen. Tal vez si me llamara Yiye…
Roció se rió un poco y las amigas de ella se rieron también. Miraron a Rocío y pusieron cara de alivio cuando la vieron mejor de ánimo. Esa noche hubo un milagro pero no de sanidad sino de estado de ánimo.
— Me llamo Rocío.
— Gusto conocerte Rocío. Yo me llamo Pedro pero no soy apóstol.
Ella se echó a reír otra vez. Fue la primera de muchas veces que aquel muchacho cojo la haría reír y le daría ánimo.
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